martes, 22 de marzo de 2011

El trabajo del historiador y el problema de las fuentes históricas



"Queridos amigos:

Como ustedes saben, soy profesor de historia. Me dedico a enseñar el pasado. Les narro batallas a las que no he asistido, les describo monumentos desaparecidos mucho antes de mi nacimiento o les hablo de hombres a los que nunca he visto. Y mi caso es el de todos los historiadores. Nosotros no poseemos un conocimiento inmediato y personal sobre los acontecimientos, comparable, por ejemplo, al que tiene su profesor de física con relación a la electricidad. Sólo los conocemos gracias a los relatos de los hombres que fueron testigos de su realización. Cuando faltan estas narraciones, nuestro desconocimiento es total e irremediable... Somos jueces... encargados de una vasta investigación sobre el pasado y, al igual que nuestros compañeros del Palacio de Justicia, nos dedicamos a recoger una serie de testimonios con cuya ayuda intentamos reconstruir la realidad... El deber del historiador consiste en citar a sus testigos o... "citar sus fuentes".

Pero, ¿basta con reunir estos testimonios y unirlos de cabo a rabo? Realmente no... No todos los testigos son sinceros, ni su memoria es siempre fiable y por ello no podemos aceptar sus declaraciones sin ejercer cierto control. 

¿Cómo se las arreglan las historiadores para extraer un atisbo de verdad de los errores y mentiras y obtener un poco de trigo de entre tanta paja?..." 






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