martes, 20 de septiembre de 2011

La fundación de Montevideo


Montevideo: “marca fronteriza”
El proceso fundacional

El avance portugués desde finales del siglo XVII y durante el curso del siglo XVIII hizo sentir su presencia en el Río de la Plata, avance que llamó a la corona española a dar una respuesta. Ya habían puesto los portugueses su primer pie en territorio de la Banda Oriental con la fundación de Colonia del Sacramento. Si daban un paso más, siendo sus intenciones fundar algo en la bahía de Montevideo, no solo lograrían un control total de la Banda Oriental, sino que conseguirían el control del Río de la Plata. 


“en el caso de no estar ejecutadas ya las órdenes anteriores mías sobre la construcción de las referidas fortalezas, o, no hallarse principiadas éstas, paséis desde luego sin malograr tiempo alguno a ejecutarlas y perfeccionarlas según os tengo mandado, en inteligencia de que de lo contrario me daré por servido de vos, y se os ara gravísimo cargo (…)”

Carta enviada por el Rey de España a Bruno Mauricio de Zavala, 20 de diciembre de 1723.

“El día primero de diciembre del año 1723 me dio noticia el Capitán Pedro Gronardo, de que habiendo llegado a la ensenada de Montevideo (…) había hallado en ella un [navío] de guerra de 50 cañones portugués, con otros tres más chicos, mandados por Manuel de Freitas, y en tierra diez y ocho toldos hasta 300 hombres, que se fortificaban y que le habían dicho venían a apoderarse y establecerse en aquel Puerto y le mandaron saliese de él.”

Diario de Bruno Mauricio de Zavala. Extraído de BARRIOS PINTOS, A. Historia de los pueblos orientales.

“(…) me embarqué el día 20 de enero y por no permitir el tiempo, pasé a la guardia de San Juan dejando Orden para que lo hicieran al primer viento y hallándome en ella disponiendo mi marcha con la gente que pude juntar el día 22 de enero recibía carta de Manuel de Freitas con fecha 19 en que expresaba que a vista de los aparatos con que intentaba atacarle se retiraba abandonando el Puesto, y protestando la posesión que había tomado (…) a dar cuenta a su rey de mis operaciones de las que no sabía como podría responder siendo dirigidas a un rompimiento declarado. No me dio lugar a responderle, porque el mismo día 19 se hizo a la vela llevándose a toda su gente (…)”

Diario de Bruno Mauricio de Zavala. Extraído de BARRIOS PINTOS, A. Historia de los pueblos orientales.

El 16 de abril de 1725, dando aprobación a lo realizado por Zavala, el rey disponía que en vista de “la importancia de mantener los dos puestos de Montevideo y Maldonado de forma que ni portugueses ni otra nación alguna, puedan en riempo alguno apoderarse de ellos; he resuelto (…) pasen en los presentes Navíos de Registro, del cargo de Don Francisco de Alzáibar 400 hombres, los 200 de infantería y 200 de caballería, con armas y vestidos a fin de que con esa gente, y las demás con que se halla ese presidio (…) puedan subsistir vuestras disposiciones, y para que se puedan poblar (…) Montevideo, he dado las órdenes para que en esta ocasión se os remitan en los Navíos de Registro 50 familias, las 25 del reino de Galicia, y las otras 25 de las Islas Canarias (…)”

Carta enviada por el Rey de España a Bruno Mauricio de Zavala, 16 de abril de 1725.




El paisaje “sin reglas”

“El aspecto de Montevideo merece una consideración especial. Era la Capital, el primer puerto natural del Río de la Plata y el receptáculo de la fuerte inmigración francesa, italiana y española que llegó a partir de 1835. Uno esperaría allí un paisaje más humanizado. Lo estaba, sin dudas, en relación al rural, pero ¡cuán poco en relación al de hoy!
Los huecos – baldíos dentro del pequeño casco edificado que concluía en 1857 no mucho más allá de la actual Plaza Independencia – existían a cada paso. (…) fuera de los portones, (…) las perdices se amontonaban “como pedregullo”
Hasta 1868, en que tal vez un edicto policial logró prohibirlos definitivamente, los cerdos merodeaban en las calles (…) Los hombres a caballo andaban frecuentemente al galope a pesar de las medidas policiales.
Montevideo era también una ciudad de olores fuertes. Todo conspiraba para producirlos.
Era costumbre de muchos de sus habitantes orinar y defecar en las calles y en ciertos huecos, que se hicieron por ello famosos. Tal hecho hizo que la Junta de Higiene propusiera en 1855: “Para que en las calles no haya charcos de orines y de inmundicias se prohibirá hacer las necesidades en ellas, y para conseguirlo se fijarán avisos en aquellos parajes donde se haya hecho costumbre orinar y se encargarán celadores de su vigilancia.”
Las fuentes de olores eran variadas. Montevideo, depósito de los productos de un país ganadero – cueros, abundante carne, tasajo – ya desde el período colonial gozaba de mala fama por el olor de los cueros apilados en los huecos, por la carne putrefacta tirada en las calles por haber caído de carros que la conducían a los expendios y que nadie recogía dado su escaso valor, por los mataderos demasiado cercanos al casco urbano, al grado que el Cabildo en noviembre de 1800 compartió la opinión de los “facultativos” y atribuyó a la abundancia de las “exhalaciones (…) la principal causa de las epidemias temporales que se padecen, de que la tierna juventud se críe enteca y débil (…)”
La matanza de los numerosos perros abandonados o salvajes (..) por los celadores de la policía, provocaba también “exhalaciones.” Los cuerpos de los perros eran abandonados en las calles días enteros y en el verano (…) quejas.
Y para concluir con este recuento, no olvidemos los “vapores” que salían (…) de las tumbas mal cubiertas en las iglesias y los cementerios, así como - ¿por qué las fuentes solo mencionan los olores desagradables? – los que también emanaban de las flores y la densa vegetación en zonas importantes de la ciudad.
La fiesta de los sentidos no solo se nutría de los olores. Las fuentes de sonido eran escasas y casi todas naturales: el hombre, los animales, el agua, el viento y las tormentas: solo los carros y carretas con sus golpes sobre alguna calle empedrada escapaban a esta regla. Pero en realidad lo que volvía fino y alerta al oído era su experiencia del silencio.
En otras palabras, el hombre no había logrado desplazar al paisaje natural en la ciudad más grande del país: (…) cerdos, perros salvajes, tal vez rabiosos, vivos o putrefactos, perdices, orines y excrementos, pantanos, flores silvestres, (…) prolongados silencios, eran el variado nutriente cotidiano de los sentidos del montevideano.”

Extraído y adaptado de BARRÁN, J. P. Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Tomo I, 2009.


La vida en el Montevideo colonial

“Los españoles de Montevideo son muy poco ociosos; ellos no se ocupan casi, más que en conversar en ruedas, tomar mate y fumar un cigarro. Los comerciantes y algunos artistas [artesanos] en muy escaso número, son las únicas personas ocupadas en Montevideo…

La manera de vivir de los españoles es muy simple. La costumbre hace que las mujeres y los hombres se levanten muy tarde, excepto aquellos que están empleados en el comercio, permaneciendo entonces de brazos cruzados, hasta que se le ocurre la idea de ir a fumar un cigarro con algunos con alguno de sus vecinos. Es así que muy a menudo, se les encuentra delante de la puerta de una casa conversando y fumando. Otros, en cambio, montan a caballo, pero no para hacer un paseo por los alrededores, sino simplemente para dar una vuelta por las calles. Si el deseo los lleva, descienden del caballo, se juntan con algunos amigos, hablan dos horas, sin decirse nada, fuman, toman mate y vuelven a montar a caballo de regreso. En general, es raro encontrar a un español paseando a pie...
Durante las horas de la mañana, las mujeres permanecen sentadas en los taburetes de sus salas… mientras los esclavos preparan la comida en su apartamento. A las doce y medio o una, se sirve el almuerzo que consiste en carne de vaca, preparada de diferentes maneras, pero siempre con mucha pimienta o pimentón. Se sirve algunas veces guiso de cordero, que aquellos llaman carnero, también pescado y aves, aunque es muy raro; la caza abunda en el país, pero los españoles, en cambio, no son cazadores, por cuanto este ejercicio los fatigaría…

Después del almuerzo, amos y esclavos, hacen lo que ellos llaman siesta, es decir, se desvisten, se acuestan y duermen dos o tres horas. Los obreros, que no viven sino del trabajo de sus manos, no dejan pasar estas horas de reposo. Esta buena parte del día perdida es casa de que se trabaje poco…”
Crónica de Dom Antonio José Pernetty, 1763/ 1764

“Su mérito, por corto que se suponga, siempre es muy calificado y relevante, porque si todas las cosas al principio son difíciles, lo son aún más las nuevas poblaciones, principalmente si se hace, como la de Montevideo, en un país yermo, desierto, sin comercio alguno; porque entonces se carece no sólo de algunas comodidades, con que se alivian los trabajos; sino también de lo necesario a la vida. A la de Montevideo sobre los obstáculos generales se le añadió el de tener sus vecinos que trabajar la tierra con una mano, y con la otra defenderla de los portugueses que algunas veces fueron enemigos declarados, y siempre fueron rivales de esta población española sobre un puerto y en un país, a que aspiraban y a que aspiran, y del cual habían sido arrojados en 1724. Sólo los que han conocido a Montevideo en sus principios pueden formar cabal concepto del trabajo continuo en que vivían, siendo labradores y al mismo tiempo militares sin sueldo ni ración.”

Manuel Pérez Castellano, 1787, carta a su maestro don Benito Riva.




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